Dijo Rabi Iehudá Hajasid: No envidies al que es más grande que tú, ni desprecies al que es más pequeño que tú!
¿Por qué no?
En primer lugar, porque tanto la envidia como el desprecio, son ambas malas cualidades!
La envidia, porque quien envidia es como si estuviera cuestionando indirectamente con su envidia a la justicia divina, no confiando en que D-s le dá a cada uno exactamente lo que cada uno necesita, para su vida y para la corrección de su alma.
El desprecio, porque además del daño que se le causa a la otra persona en caso de -directa o indirectamente- hacer que ella perciba dicho desprecio, todos fuimos creados a imágen y semejanza del Creador! Y cuando una persona desprecia a un ser humano, está despreciando indirectamente a la imágen y semejanza divina que hay en él, lo cual -obviamente- es un acto de suma gravedad!
En segundo lugar, porque además, la vida es como una rueda y a veces una persona está arriba y otras veces está abajo.
Y de esto se deduce, que si uno envidia al que está arriba de uno y después esa persona desciende del lugar en el cual se encontraba, resulta que uno terminó envidiando a alguien que verdaderamente no valía la pena envidiar.
Por otra parte, si uno desprecia al que está -supuestamente- por debajo de uno y uno termina descendiendo a ese o a un lugar similar, resulta que terminó despreciándose finalmente también a si mismo!
Por ende, lo mejor para aquella persona que tiene este tipo de sentimientos, es interiorizar y poner en práctica este aspecto de la fé, lo cual la conducirá a un cambio positivo de observador respecto a su vida y a sus semejantes, estando más contenta y agradecida con la porción que le tocó, manifestando y expandiendo su potencial único y singular!
R. Richard Kaufmann.
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