Estábamos con mi nena más chiquita jugando en el sillón. Uno de esos momentos del día en que la acelerada máquina del tiempo cotidiana parece detenerse por un instante que huele a eternidad. Salió corriendo a su habitación. La perdí de vista unos instantes, hasta que emergió de repente de la marea de juguetes y disfraces con una máscara de monstruo bastante escalofriante.
A pesar de lo fea que era la máscara, ¡se veía tan tierna con su pijama y sus rulos que asomaban por encima!
¡GRRRRRRRR! —gritó con las dos manitos levantadas, como queriendo asustarme.
¡Ay, sos tan linda! —le dije emocionada.
¡GRRRRRRRRRRRR! —insistió.
¡Te quiero comer a besos!
¡No, mamá! —se quejó frustrada—. ¡Asústate!
¿Cómo me voy a asustar de vos? —respondí mientras miraba sus ojitos tiernos que se escondían detrás de la fachada tan fría— ¿Cómo voy a tenerte miedo, si puedo ver tu alma tan pura a través de esa mirada profunda y transparente como el cristal?
No podía despegar mi mirada de la suya. Estaba como embelesada. Su pureza me envolvía y me era imposible mirar para otro lado.
De pronto, vinieron a mi mente un par de recuerdos, y todo ese romanticismo se esfumó, casi como en la propaganda de una conocida bebida tónica. Y es que recordé que, en varias ocasiones, por el motivo que fuera, distintas personas me habían mostrado los dientes escondidos tras una máscara de furia, o simplemente me habían mostrado un disfraz que no me agradaba demasiado, y yo no había tenido siquiera la mínima intención de ver qué había detrás de lo que mostraban… Por el contrario, casi instantáneamente los había juzgado de monstruos y había sentenciado como incorrecto su modo de actuar. No me había preguntado a dónde conducían las ventanas de sus ojos. En realidad, probablemente no los había mirado detenidamente a los ojos…
En el transcurso de nuestra vida, nos vamos encontrando con personas que insisten en ahuyentarnos y espantarnos, y nos muestran todo tipo de máscaras y disfraces.
¿Alguna vez nos preguntamos qué es lo que esconden? ¿Llegamos a percibir que probablemente haya adentro un alma herida, que intenta manifestarse como puede? ¿O preferimos tildarlos de fieras salvajes, simplemente porque no actúan de acuerdo con lo que nosotros pensamos que es correcto y no piensan como se nos ocurre que deberían de pensar?
Todo el tiempo nos vamos encontrando con armaduras y caretas, que nos generan desagrado, miedo, enojo… ¡Y que nosotros también las usamos muchas veces!
Pero es nuestra, y nada más que nuestra, la elección de vivir como si estuviéramos en una fiesta de disfraces, conscientes de que lo que vemos es un simple disfraz, o vivir en una película de terror, donde el hombre de la máscara solo quiere asustarnos y dañarnos…
Mayra S. Museri
Coach Ontológico Profesional