En una oportunidad, en una sesión de coaching, una coach quiso relatar algo sobre su adolescencia.
Comenzó contando que a la edad de 11 años, le ocurrió un suceso que marcó su vida para siempre.
Una infección reumática la inmovilizó por un año entero. Terribles fueron los momentos transcurridos por esa pequeña niña: sufrimientos, pinchazos… tanto llanto y soledad… no haber podido levantarse por sus propios medios, ni siquiera para sus mínimas necesidades.
El tiempo pasaba… y ella tuvo que repetir el último año de su ciclo primario, con todo lo que ello implicaba para una joven adolescente, pero por sobre todo, tuvo que lidiar con su mayor desafío: “la mirada ajena”. Una mirada que transmitía lástima a sí misma, a través de lentes tan oscuros que llevaban a opacar su propia vida.
¿Cuántas veces se preguntaba hasta cuándo? ¡Cuantas veces se contestaba – que ello duraría por siempre!
Hasta que gracias a Dios y a haber atravesado por dolorosos e intensos tratamientos, un día logró finalmente ponerse de pie. Esa fue la primer vez en mucho tiempo, que sintió que pudo hacer algo por sí misma…
Y entonces sus conversaciones internas cambiaron y decidió transformar a ese dolor en algo positivo, ¡en algo que sea realmente bueno!
Y esos pensamientos que tuvo fueron escuchados por su cuerpo, el cual también comenzó a “hablar”…
Ya no había lentes oscuros, sino ¡una luz brillante que reflejaba sus sueños!
Inspirada y motivada por la música, descubrió la danza, dándose cuenta que sus articulaciones le respondían.
Vislumbrando su meta, ya no había dolor ni sufrimiento, logrando convertirse en una destacada profesora de danza y educación física.
¿Cuántas veces esa mirada ajena no nos deja avanzar?
¿Cuántas veces la oscuridad de alrededor nos confunde?
¿Cuántas veces esos lentes oscuros nos impiden ver aquello que realmente queremos ser?
¡Ese fue quizás su primer gran desafío!
Y debemos saber, que parte de la vida que tenemos que transitar, implica a veces llorar y sentir dolor. Pero también debemos saber, que todo sufrimiento que nos llega es porque lo podemos pasar.
Y justamente de eso se trata, de nuestra capacidad de transformar a las nubes en un ¡arco iris!
Ester Salama
Coach ontológico