Amo caminar bajo la lluvia en verano. La frescura de las gotas que se deslizan por el paraguas y se las arreglan para colarse entre mis pensamientos.
El viento sopla con fuerza y, mientras sostengo el paraguas con las dos manos para que no se vuele, pienso en las creencias que también sostengo con ambas manos y no quiero soltar.
Creencias que tal vez alguna vez me habrán protegido de alguna tormenta pero que hoy, lejos de evitarme un sufrimiento, me limitan y no me permiten avanzar.
Frases como “no soy buena para esto”, “mejor ni lo intento”, “qué van a decir los demás”, “las buenas madres no hacen ese tipo de cosas”, “yo soy así y no voy a cambiar” y varias más… van haciéndose parte de mi paraguas y no me dejan ver el sol.
Me protegen de un resfrío, pero no me permiten disfrutar de la experiencia de mojarme bajo la lluvia.
Me protegen de la frustración que sentiría si las cosas no salieran como espero, pero no me permiten disfrutar del proceso y aprender de mis errores.
Como si mojarse estuviera mal. Como si equivocarse estuviera mal…
Como si mojarme significara que nunca voy a secarme. Como si caerme significara que nunca voy a levantarme…
Como si la tormenta durara para siempre. Como si las cosas nunca fueran a cambiar…
Y el problema es justamente ese… el paraguas se hizo tan parte de mí que sigo sosteniéndolo aunque no llueva. Incluso muchas veces sostengo un paraguas que ni siquiera es mío… Que quizás alguna vez evitó que alguien se empapara pero no puede protegerme a mí de mis propias lluvias… y mucho menos si la tormenta está adentro mío y no ahí afuera.
¿Qué tal si cerramos el paraguas y permitimos que el agua nos alcance?
¿Qué tal si soltamos las creencias y los pensamientos que nos aprisionan, y nos animamos a vivir más intensamente?
¿Qué tal si soplamos fuerte como el viento y despejamos las nubes tormentosas que tenemos en nuestra cabeza?
¿Te animás? Te acompaño…
Mayra S. Museri
Coach Ontológico